Sube al palo enjabonado, que es la vida que siempre ha vivido,
dificultosa resbalosa incierta, pone todos los músculos en tensión. Las piernas
abrazan como boa, le duelen como horas
de hachazos. La trepada busca ganar para lograr la mirada, que la mirada lo
admire, lo advierta, lo distinga, que la mirada lo ame.
Desde que se acercó al lugar de la tierra apisonada y húmeda buscó la
mirada, dio vueltas y vueltas con su bolsa de basura al hombro, bolsa que no
contiene deshechos sino su mejor pantalón y camisa, las nuevas alpargatas y el
cinturón que hace juego con el sombrero de ala ancha y el pañuelo que volará
como grulla. Pero mientras tanto monta su pantalón de trabajar, en cueros su
pecho fuerte y las piernas con las botas duras, de esas que no pueden pasar los
dientes de yarará.
Se anotó para el palo enjabonado para que los ojos miraran arriba y
arriba estar solo para esos ojos. Siente que cuando llegue todos lo van a mirar
pero él solo busca una mirada. La mirada que lo distinga y lo diferencie. La
mirada que le dé la fuerza para poder decir, que lo mire fijo, al fondo, que lo
anime y que se anime. Sabe que cuando llegue a la cima del palo y le llegue la
mirada y el ruido de los aplausos su ropa estará imposible y su olor será más
feo que toro subido. Para eso la ropa nuevecita, olorosa pero bien y así presentarse a los ojos y que
los ojos lo acepten.
Deambulaba por el monte y no tenía memoria de otro deambular por otros
sitios, siempre el monte, los árboles la humedad y las alimañas han sido, y son,
la memoria de vida. Padres y hermanos de siempre han sido todos los conocidos.
Sabe que hay gente que interpreta los papeles como él sabe interpretar
el canto de las aves y el llamado de otros animales, sabe conocer el color y
futuro de las nubes y cuántos años tiene el álamo pero también le gustaría
conocer del papel y las manchas oscuras que trae pero no sabe cómo hacer.
Cuando en la mañana se sintió duro y se tocó al momento vertió como el
potro, entonces entendió lo que contaban y reían los otros hacheros, ya podía,
ya podía como el gallo y el tero, ya podía como el tigre…y se tocó de nuevo
para alegrarse, entendió que para tener más necesitaba mujer como decían los
otros. Una tarde volteó de prepo a la
mujer de la comida y la quiso tener mal entonces ella le enseñó, volcada y
todo, entre las hojas y el barro, a tenerla bien, entonces supo, entonces
aprendió, entonces se calmó, entonces entendió que no hay que ir de prepo, que
se puede hablar y se puede mirar para conseguir…ahora busca esa mirada, busca
la mirada que busca, quiere esos ojos negros que descubrió y quiere que esos
ojos negros lo descubran.
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Llegaste hasta la punta del palo y te trajiste el banderín que lo
prueba, mientras bajás despacio, gozando el éxito las risas los aplausos y las
vivas buscás la mirada.
Desde el suelo seguís buscando mientras recogés tu bolsa con la ropa y
orientás el cuerpo para cambiarte. Ya bastante mojado y la ropa impecable te
presentás en la pista pero no encontrás los ojos, te vas desesperando porque
tanto esfuerzo no alcanza para lo que querés alcanzar.
Sentís que además del esfuerzo físico, del talento para forzar
necesitás más habilidades para que los ojos te miren. El brazo para el hacha no alcanza y tampoco
alcanza las ganas.
Te mirás por afuera y por adentro. Tenés brazos musculosos, pelo largo,
barba que nace, pelos en las piernas y en el pecho, se te esta engrosando la
voz y los dientes bastante amarronados. Pantorrillas duras y uñas largas y por
dentro nada, no sabés que buscar aunque buscás los ojos negros. Querés
interpretar las manchas en los papeles para saber que te falta y que tenés por
adentro y te acercás a la mujer de la comida y le contás lo de los ojos negros
y que querés saber más de vos y ella te mira largamente te recorre despacio y
te lleva hasta un cuarto donde hay un señor sentado detrás de una mesa con
muchos papeles encima y le dice: este
peón no sabe leer, apenas sabe vivir, sabe de hacha y de esfuerzo, de fuerza y
de canto pero no sabe leer y quiere.
Y el hombre de la mesa: pa que
mierda querés leer y conocer que tenés dentro si no te va a servir para un
carajo eh?
Porque busco unos ojos y no sé
dónde buscar y donde encontrar.
Venite mañana después de la
tarde, báñate primero no me entrés acá con olor a árbol.
Y vas, a la otra tarde a la otra y a la otra, y te vas descubriendo, y
te van descubriendo.
Te descubrís escuchando lo que nunca escuchás, te descubrís que sabés
el porque del día y de la tarde, que hay cincuenta estrellas y que el acordeón
tiene siete notas: do re mi fa sol la
si, y un día te descubrís con tu propio lápiz, tu propio cuaderno y con tu
propia letra escribir: YO QUIERO UNOS
OJOS NEGROS