viernes, 11 de octubre de 2013

RETRATOS



Manos manchadas de pecas desparejas, amarronadas, rugosas,  carpo metacarpo y falanges expuestos como exposición de garfios, duros, inamovibles y dolorosos.
Boca triste, un paréntesis de cierre acostumbrado a arrojarse en esa cara rugosa e impasible, ojos eternamente húmedos manchados de un blanco invasor con cejas abundantes, techumbre de soles incandescentes, pestañas quemadas por el rescoldo del eterno fuego dentro de la chabola inmunda, vacía de ternura y completa de falta de inspiración y gemido deseado.  
Canas desteñidas de mal amarillento, todo este marco arma perfil de  edad que no se tiene, que todavía falta bastante por venir.
El cuerpo denuncia  paso de años que aún no han pasado. Para que esto suceda deben haber sido tiempos en otro lugar, en otra vida, en otra experiencia, en una dimensión de golpes de insultos de corridas.
El viento interminable traspasa la tapera silbando a través de la agujereada chapa que los recurrentes tapones de barro y paja no  logran paralizar.
Frente a la vivienda,  un patio de miles de hectáreas y kilómetros de espacio sin un solo mojón que entorpezca el horizonte.
Se había hecho vieja desde joven pero igual se mueve con la agilidad de la araña hembra, que teje y teje para retener la presa inexistente, ni hombres que acompañen ni sabores atractivos que mitiguen el hambre de caricias.
No sabe, no se acuerda cuánto hace que está en este lugar. No tiene memoria que como y quien construyó esta humilde, empobrecida y triste cueva de madera y chapa que la alberga y lo más extraño es esta cama grande que ocupa casi todo el espacio libre y que tiene dos colchones, una mutación en esta inmensidad inútil, una pieza venida de otro mundo, de otra dimensión, de otra historia.
No llora, no habla, se alimenta de huevos que ponen sus gallinas y del crecimiento de los pollos cuando se hacen grandes, todo revuelto en el fuego interior de la casa con olla negra de metal duro pero abollada, como la Mujer.
Cada tanto se aparece el Hombre que le trae una bolsa con víveres: aceite sal velas. Se baja del carro, entra a la casa, la mira de un recorrido indiferente no sabe mirando que, quizás lo distinto,  deja la bolsa contra la pared del lado exterior no importa si llueve o mata el sol, a veces también trae yerba y unas papas.
Ella lo mira ir estar y venir, lo mira mirar y dejar, apoyar y relojearla.
-Bueno Mujer, dice en voz baja, -¿que se le ofrece?
La Mujer calla no contesta, lo ve en su trajinar pero no trajina, quieta, no paralizada, quieta, el pelo se mece con lenta brisa y las manos aprietan el delantal.
Los pollos y gallinas también quietos, mirando  como esperando que pasen lista, ya saben que esa bolsa trae pan duro y algunas semillas y la rondan, a la bolsa a ella y al Hombre esperando el desprendimiento que las alimente. 
El caballo, jamelgo cervantino, flaco y sarnoso, se espanta las moscas que trajo en su viaje con movimientos espasmódicos de la piel y castigo con la cola poblada de ortigas, sucia de suciedad desordenada por varios días de descuido.  Hocico lastimado de hurgar entre las piedras el pasto necesario para seguir yugando la huella.
No hay palabras, el saludo ritual se consuma con la oración repetida del Hombre y la mirada penetrante de la Mujer.  Mirada insistente a los ojos como disculpando la existencia de vida alimentando las palabras del Hombre.
Delgado pero no flaco. Manos gruesas y duras de hachero. Cuerpo tostado hasta la cintura con músculos sobresaliendo de los brazos y se hacen evidentes pantorrillas como columnas.  Hombre acostumbrado a estar parado, en equilibrio, sosteniendo su humanidad.  Cuando desprende el hacha hacia el cuerpo del árbol su figura cruza la diagonal siguiendo a los brazos que sostienen la herramienta y miran el tajo con profesionalidad sabiendo desde el primero cuanto falta para el último y definitivo embiste que sobreviene luego del gutural y muy fuerte -¡ARBOL! anunciando la victoria sobre la naturaleza y también la derrota.
El Hombre es joven, más joven que la Mujer, podría ser su hijo y quizás lo fuera.
La Mujer no contesta el ofrecimiento del Hombre, no le falta nada porque nada es suficiente para el que nada tiene y nada le es útil porque lo que tiene es todo.
-Mujer, dice el Hombre…
-Las gentes cuentan historias de aparecidos con su historia, nadie sabe su nombre y no la pronuncian, nadie se acuerda cuando vino y dicen que usted está de siempre en esta esquina del viento.  Cuando vuelvo y estoy cerca de las gentes me preguntan que vi, que come, me preguntan porque le llevo lo que le llevo…nunca contesto Mujer, por lo menos no contesto lo que me preguntan, digo que la vi rezar aunque nunca la vi rezar, digo que la vi zapar la tierra para la verdura pero usted no tiene ni una herramienta.  ¿Sabe Mujer? Yo quiero cuidarla porque usted me cuidó cuando me picó la Novia esa, cuando el veneno me estaba llegando al corazón usted chupó por la herida y consiguió que no me muera. 
Yo quiero cuidarla pero usted me tiene que dejar.
Cuando la inundación las alimañas y los animales grandes subieron hasta la seca y en la seca también estaban las casas, mi casa, hubo una víbora gorda que entró por la ventana y se llevó a la más pequeña de las mujeres, mi mamá terminó ahogada y mi papá luchó contra todo, nos subió al techo y los de la prefectura nos sacaron vivos.  Desde ese momento mi otra hermana está silenciosa internada en un loquero en la isla sabe.
Y el Hombre contó su historia desde las aguas hasta que conoció a la Novia.  La Novia lo enamoró, le enseñó el cuerpo, el suyo y el de ella. Aprendió a conocerse hasta en los más íntimos recovecos del placer, el suyo y el de ella.
Al tiempo la Novia cambió de parecer y de varón.  El Hombre sufrió otra pérdida como la de su familia y se hundió en la inmensidad para morir de muerte en la salina.
La Mujer lo encontró siguiendo la azada de la muerte, un pajarraco, dos pajarracos, tres pajarracos la orientaron hacia alguien moribundo, le cubrió los ojos con barro y heces de perro, le desnudó el cuerpo llagado de sol y reflejos, hizo un pozo en la tierra y puso al hombre cubierto con hojas y tierra seca, agua con cuchara y sopa caliente con bombilla, así un día dos días tres días cuatro días hasta que al décimo reaccionó.
Ahora hachero e incondicional, casi no conocía la voz de la Mujer, solo la escuchó cuando le insistía, le exigía que probara la sopa, que girara el cuerpo en esa tumba y cuando lo llevó hasta esa cama inmensa e increíble.
La historia es una luego de varios días de relatos e interrupciones, de meses de encuentros e hilachas de recuerdos, necesitando explorar su alma entregando sus recuerdos. La Mujer escucha.  Sabe una parte, intuye otra y adivina lo que falta.
Mira con comprensión el reiterado relato del Hombre. Pero nunca una sentencia sobre la experiencia del Hombre y nada sobre su propia vida.
Una mañana, apenas salido el sol el Hombre llegó con su rutina hasta la humilde vivienda en el desvencijado carro tirado por un caballo cansado de mirar el paso de la tierra. La Mujer, parecía nueva,  sentada en el único tronco, el pelo prolijo, las manos limpias, las uñas cortadas al ras de la yema y ropa decente, hasta un lazo sostenía el pelo para que no se agitara en la cara fue el sorpresivo recibimiento. Le sonrió al Hombre y le invitó a sentarse frente a ella y de cara al sol.  Habló, era una voz como sombra, sonora y potente, el sonido de atrás de abajo de todos lados directo a su entender.
El sol estaba de espalda a la Mujer parecía diosa, en contraluz, el Hombre sabía que estaba ahí, la olía, la divisaba pero no la veía con claridad.
Hubo un instante que sin saber por qué se sintió invulnerable y también sintió invulnerable a la Mujer.
Y la Mujer contó durante  toda la mañana hasta el ocaso, y dijo 
-  Mañana temprano.
El Hombre se fue deseando apurar la noche para que sea mañana.  Y al otro día no la vio.  Dio la vuelta al rancho y no estaba.  Entró a la vivienda estaba quieta en la cama, airado la llamó – ¡Mujer!!! ¡Mujer!!! Ante el silencio no dudó, la subió al carro acomodando entre bolsas y paja para no herir, el caballo supo que era urgente rápido mayúsculo y necesario y llegó del doctor y el doctor subió al carro y ayudó a bajar a la Mujer y la Mujer estaba entera, brillaba, sonreía, los ojos ya no tenían manchas blancas y las manos tampoco las marrones, ni acontecimientos ni historia, ni sustancia ni existencia,  y eso desde hacía varios días.