lunes, 4 de febrero de 2013

¡¡DALE QUE!!



¡Dale que!!…Ese era el canto de guerra con que cada tarde, luego del cole, los deberes que nos dejaba la señorita Carmen y escuchar a Tarzán en la radio, estábamos en la puerta de casa con los chicos de la cuadra hasta que mi vieja gritaba: ¡¡la leeecheee!! Y me traía el tazón con un pedazo de pan con manteca y azúcar hasta la puerta de calle
-Tratá de no correr querés, que te agitás y pasás mal la noche, decía como un título permanente.
Y  no corría, pero sí corría. En los desafíos a la pelota que jugábamos sobre Pringles  llevaba la bandera, me ponía en la ventana de la casa embrujada y la lata de conserva era donde apoyaba el asta de la bandera, que era la escoba desahuciada por alguna vecina y  la bandera era una camiseta del viejo de Julio, que era tachero, y le pintamos una rana.
A veces íbamos a jugar del Edu, que como tenía un soplo en el corazón estaba siempre en la cama.  El Edu no tenía papá, no sabíamos por qué, tenía una mamá y un hermano mayor y vivían todos en la misma pieza.  Con la Primus cocinaban y había una radio.
Al lado de mi casa estaba la curtiembre, ¡un olor!. La curtiembre en el pasillo de entrada  tenía una planta de zarzaparrilla, que es una planta que las ramitas son huecas y no se prenden fuego pero hacen brasita, nosotros la prendíamos en la punta y fumábamos zarzaparrilla, éramos unos grandotes de ocho años.
A la vuelta estaba el Albeniz, daban tres películas seguidas y costaba ochenta guitas.  A veces mi viejo me dejaba faltar al cole para ir al cine, pero a veces  no tenía los ochenta guita para la entrada, entonces Daniel me pagaba.
También iba al cine con mi hermano, al Holliuod o al Medrano, que quedaban como a ocho cuadras, yo me llevaba el sangüich de milanesa,  lo comía despacito para que durara más y hasta me parecía que comía más que mi hermano porque yo lo terminaba después.
Por supuesto estaban las figu, a veces cambiábamos entre nosotros pero lo mejor era jugar contra la pared, ganaba el que la acercaba más y a veces era muy difícil porque las poníamos paradas contra la pared y había que voltearlas con otra figu. Me acuerdo que las figu eran estarosta porque mi viejo le vendía no sé qué y siempre traía unos paquetes.
El “dale que” era lo mejor porque no había que gastar ni en figu ni en autitos ni en gofio. Uno jugaba y era príncipe, bandido, el muchachito, el que domaba el caballo y hasta el sheriff.  Me acuerdo que éramos como cuatro para jugar y a veces los vecinos se sentaban en la puerta de las casas para ver lo que nosotros hacíamos en la vereda.
Enfrente de casa estaba el almacén y nosotros,  íbamos siempre a ayudar y el Alberto nos dejaba armar los paquetes con la harina, con el azúcar, la yerba, los fideos,  que estaban en unos cajones enormes y con unas palas como de jardín lo sacábamos y lo poníamos en unos papeles que Alberto envolvía y le hacía como unas orejas muy simpáticas y no se derramaba nada, era un campeón el Alberto.
Para jugar a las figu ni siquiera había que hablar, uno metía la mano en el bolsillo y las sacaba y el otro entendía y sin siquiera una palabra había rodilla en tierra y dale que dale contra la pared. 
En cambio cuando el tema era el ¡DALE QUE!! En un instante estaba el argumento: yo entraba al pueblo y vos estabas asaltando el banco…no era necesario que tuviéramos cartuchera o revólveres todo era con las manos y la imaginación.  A veces éramos combois y a veces simbad o sandocán, nadie quería ser “el malo” y nunca había mujeres no solo jugando sino tampoco en la historia.   
Un día me di cuenta que me aburría con el “dale que” pero no me aburría ni con las figu ni con los autitos a los que “tuneábamos” con masilla y algún tornillo para que sea más estable y no se caiga cuando los hacíamos correr en el cordón de la vereda, que como era de granito los autitos tropezaban y volcaban.  Los mejores eran los de Julio y yo pensaba que como el viejo de él era tachero Julio entendía más de estabilidad y velocidad de los autos.
Una tarde cuando salí a la puerta con el pan y manteca con azúcar pasó Cristina, la vecina de la casa de al lado, el hermano, Oscar, era más grande y era amigo de mi hermano mayor, Oscar iba al Liceo Naval,  venía con el uniforme y barría con todas las miradas del barrio, el papá trabajaba en no sé qué en el gobierno.  La miré a Cristina y me di cuenta que la blusa se le estiraba en el pecho, ella ni me miró.  Después lo conversé con los muchachos cuando fuimos a la casa del Edu.  Todos hablamos de Cristina pero también aparecieron Teresa, Maria y Julia también, aunque vivía en la otra cuadra.
Ahí quedó, jugamos a las cartas.  Cuando volvíamos para mi casa, Daniel vivía en el departamento de arriba, siempre nos hablábamos en el patio porque la ventana de su pieza daba con el patio de mi casa. 
–Che ¿la tuya es grande?
-Y no sé ¿y la tuya?
Y nos metimos en el cuartito que estaban los medidores de gas a mostrarnos y medirnos. Nos tocamos cada uno lo del otro pero no pasó nada.  Eran como manicitos.
Cuando me acosté, después de cenar, me empecé a masajear como lo había visto a mi hermano,  todo igual, tenía que preguntarle a él.  Que me contara como era la cosa, yo ya era grande aunque no tuviera muchos pelitos,  ya tenía en las piernas.
Mi hermano me contó cómo era eso de la “regla”, ¡¡pobres minas!! ¡¡todos los meses!!, también  me contó de la calentura y de un montón de cosas que me hicieron un barullo en la cabeza.    
Los únicos que teníamos hermanos mayores éramos el Edu y yo. También estaba el de Cristina pero no le íbamos a preguntar justo a él que era como capitán de barco, a ver si nos llevaba en cana.
Al otro día, má que autitos y figu, después del cole y los deberes nos fuimos de raje a los del Edu a hablar con el hermano.  Nos contó lo mismo que mi hermano pero además dijo que nuestros viejos también lo hacían, casi me caigo de culo, no solo eso, también la señorita Carmen con el marido, ¡era casada!, se nos cagó de risa en la cara. Se enojó fiero cuando yo cansado de la cargada por mi ignorancia lo encaré y le dije:
-¿y tu vieja?, ¿como hace tu vieja que no tiene marido?, casi me mata.  Por un tiempo no pude ir a la casa del Edu.
En la escuela le pregunté a Montillo, que como había repetido era más grande.
-Che gordo, ¿vos estás avivado?, me miró con una cara como si le hubiera preguntado no se que, me di cuenta que no estaba avivado cuando le pregunté de nuevo:
-Che gordo, ¿sabés lo que es la regla?, y  él sacó la escuadra que tenía en la cartera.
-¿Sos boludo vos?, me dijo el gordo.  Y sí, yo era un boludo, el era único hijo, sin mamá, vivía en la cuadra de la vuelta que no había ninguna piba, yo era un boludo que le preguntaba justo a él.  
Más adelante descubrí que con la imaginación reemplazaba las revistas chanchas que escondía mi hermano, y yo siempre descubría, para masajearme y acariciarme.  Con el resto de la barra concursábamos a ver cuántas veces por día y cuanto se tardaba en acabar.  Como no nos creíamos nunca lo que el otro contaba los torneos eran en la casa de cualquiera que estuviera solo y nos poníamos en ronda con el reloj de jugar al ajedrez del viejo de Daniel.  Justo con Daniel era que nos juntábamos solos y nos tocábamos entre nosotros y uno se lo hacía al otro.
El que nunca aparecía era el Edu. Ni le decíamos nada para que no se agitara. Ni siquiera le contábamos para que no le agarren las ganas.
Yo la soñaba a Cristina.  Me la imaginaba desnuda parada frente a mí o en posiciones sugerentes y talentosas en la cama.  Una vez hasta soñé con eso y se me escapó dormido.  A la madrugada lavé ese pedazo de sábana para que mi vieja no lo descubra a la mañana cuando hacía la cama.  Cuando me levanté para ir a la escuela me miró como si me descubriera.  Como si fuera la primera vez que me miraba.  Pensé que era de amor por su hijo menor, pero no, había descubierto lo que yo traté de ocultar.  Cuando volví al medio día mi viejo me dijo:
-Esta noche cuando vuelva del trabajo tenemos que charlar. 
-Si papá como quieras ¿algo importante? Pregunté con mi mejor cara de nabo.
Cuando mi hermano me contó lo de la regla también me explicó lo de la virginidad y a mí se me había metido entre ceja y ceja que quería intentar traspasar esa barrera, pero eso fue mucho más adelante, ya era un muchachote cuando me tocó la experiencia.
Promediando la secundaria, ya terminando el tercer año tenía una gran experiencia en masturbadas solo y colectivas, pero nunca una mina como debe ser. 
Uno de los de la división contó que podía conseguir una puta para los que quisieran.  Quedamos para el jueves que teníamos séptima y en la casa de Ruffo, que los viejos se iban por un fin de semana largo.
Éramos como siete, en calzoncillos en el comedor de la casa, yo era el penúltimo.  Cada uno tenía su guita en la mano, la cosa duraba unos diez minutos y parece que la mina, ninguno la había visto, era grande pero te explicaba todo para que aprendieras bien.
Estaba nervioso y con ganas de ir al baño. Yendo, pasé por la cocina y sentadita estaba la hermana de Ruffo con una amiga tomando mate.
La hermana de Ruffo era tres años mayor que él.  Me miró y la miré, quedé como congelado.
-¿Vos también venís a debutar pendejo? Me dijo sobradora. La amiga me miró como midiendo mi altura.
No supe que decir. –Si, dije tímidamente.  Con la sorpresa, hasta las ganas de pishar se me fueron. 
-Vení, acercate me dijo la amiga.  Me acerqué y me metió la mano por abajo del calzoncillo.
-¡Que chiquita!, esperá que te la agrando. Y se puso a masajear, yo: estupefacto, parado, en calzoncillos y mocasines. Ella dale que dale y la hermana de Ruffo tomando mate.  Dejó la bombilla y me dio un beso en la boca metiendo toda su lengua hasta la campanilla.
Dejemos los detalles, pero en la cocina, en una silla de la cocina, en la mesada de la cocina, con la hermana de Ruffo y su amiga yo le vi la “cara a dios” y debuté con las dos, que se la sabían lunga.
Salí despacio de la cocina. En el comedor no quedaba nadie, Ruffo debía estar con la mujer. Me vestí.
Cuando llegué a la calle erguí la espalda, saqué pecho y fui al quiosco a comprar  un paquete de puchos.