jueves, 22 de septiembre de 2011

Lealtad

LEALTAD!!!
Fui solo al teatro, mi mujer tenía compromiso con sus sobrinas, había decidido una “salida de mujeres” y las chicas, obviamente, contentas.
Yo, por mi parte huí hacia un programa de varón solo.
Llegué con una hora de tiempo, como no había podido realizar una compra previa de la localidad por internet o por teléfono decidí que estando un rato prudencialmente anticipado podía conseguir buena ubicación, resultó que las localidades no eran numeradas, es lo que pasa con el teatro off.
Me senté a saborear un café y leer algunas hojas del libro que traía.
Media hora antes que dieran sala me puse en la fila, resulté el segundo, primeras eran dos señoras,  grandecitas, con peinados peluqueros, afeites y sin  una cana en el pelo, magia de los modernos elementos de maquillaje capilar que ocultan las canas pero no impiden el transcurso de las edades.
Seguí entretenido con el libro que me acompañaba y cada instante levantaba la cabeza y oteaba el ambiente que se tornaba más bullicioso por la gente que iba incorporándose y se transformaba en público teatral.
La ventanilla de venta de localidades estaba cerca, en una de esas levantadas de cabeza vi una espalda que adquiría entradas, el pelo que caía sobre ese contorno me resultó conocido, efectivamente se trataba de Mabel.
Quien luego de pagar giró hacia la derecha, hacia la fila donde yo estaba paradito y mirando hacia ella.
Reconocí que era más fácil salir girando hacia el otro lado y de ese modo no se toparía con el público de la fila pero su giro hacia mí era porque efectivamente me había visto y como por “casualidad” se enfrentaba conmigo y ponía, junto conmigo, cara de sorpresa.
Mabel era docente, como yo, en al misma escuela, pero por cuestiones de horario y de los profesores taxi nos veíamos un martes por mes, y a veces no coincidíamos por lo que los encuentros resultaban esporádicos, pero cuando se producían nuestras conversaciones sobre los más diversos temas eran jugosas divertidas y amenas, corría en esos momentos una corriente cierta de simpatía y complicidad, era complicidad por los acuerdos y no había nada en el trasfondo que indicara que esa simpatía obvia podría ser más que eso.
Nos saludamos,
- Pero que casualidad no solo que nos guste el teatro sino que coincidamos en la misma obra.
– Es verdad que bueno!!!
– ¿Estás sola? Acóplate estoy en un buen lugar
-No, me acompaña una colega.
-Bueno, si no les molesta voy con ustedes.
-No, para nada.
Y con toda la bronca del planeta fui casi hasta el final de la fila, para alegría del tercero y cuarto que prestando atención al encuentro pensaban que esa mujer se aprovechaba de mi lugar de privilegio. Yo  puse cara de “que suerte” y maldije mi criterio de la caballerosidad mientras que con alegría de muchos dientes expuestos acompañaba a Mabel al encuentro de su amiga colega compañera.
Mabel nos presentó y ellas continuaron su conversación que tenía que ver con el regreso de un reciente viaje por Oriente al que yo presté simulada atención e interés.
La obra, una mierda salvada por la pasión, la dedicación y el profesionalismo de esos no profesionales actores.
Obvio que me ofrecí a llevarlas adonde fuera con la secreta esperanza que tuvieran auto.
A Mabel la había visto subir a uno, del lado del conductor, en alguna oportunidad.
Pero no estaban con auto y aceptaron gustosas el ofrecimiento, en mi fuero interno juré no abrir más la boca ni siquiera para pedir socorro.
Obvio que ofrecí ir a cenar pero por suerte ya habían cenado previo al teatro, ofrecí un café, bueno, tres cafés, pero tampoco tuve éxito, por suerte, ambas dos estaban cansadas.
Llevé a una, a la que apareció en segundo término, la que me obligó a mudar de lugar de privilegio en la fila.
Camino a casa de Mabel y en una mirada derechosa para confirmar que tuviera el cinturón de seguridad colocado advertí la presencia de sus pezones resaltados, el de la izquierda por la presión de ese cinturón que me demostró que no solo sirve para evitar o minimizar contingencia de accidente sino que puede exacerbar ratones nocturnos y provocar accidentes, sentí al pantalón un poco más estrecho y pensé en si mi mujer estaría muy durmiendo cuando llegase a casa.
Llegando, arribando, aterrizando ya en zona de Mabel house y finalizando una conversación de circunstancias sobre nuestro trabajo los alumnos que estudian y los que no, los métodos de enseñanza el caos de la juventud junto a las críticas sobre la obra recién vista, que a ella le gustó, con lo que yo no confesé mi horror por la misma, efecto no confrontativo de mi personalidad, me dice: - ¿Tomamos un café? No parece tan tarde.
Luego de saborear la saliva que inundó el paladar, dije con mi más canchera sonrisa – me da para dos cafés, yo invito. Y volví a prestar atención al pezón y en este caso revisé visualmente la existencia del otro que se me presentó rozagante pero oculto, me imaginé pasando el dedo índice por el mismo y volví a sentir esa presión en el pantalón y volví a pensar que mi mujer tenía que estar despierta.
Ya en el bar, viejo pero nuevo, antiguo pero de onda. Mabel encaró al mozo y le pidió una mesa con poco ruido ambiente, nos mandó a la terraza que a pesar del frío estaba custodiada por un par de estufas que cumplían su misión con responsabilidad y eficacia.
El lugar estaba cubierto por una lona transparente y el cielo acompañaba porque estaba luminoso y estrellado.
-Café con baylis por favor, dijo ella.
-Café en pocillo y un reserva en copa caliente, dije yo con voz de barman de toda la vida.
A partir de allí la empecé a mirar como mina, esa mujer me estaba avanzando, había encontrado que yo no solo era un homo erectus sino además debía haber notado mi “erectus” como yo había notado el contorno  interesante de la tenue tela de su corpiño porque cuando la ayudé a sentarse y apoyé la mano en su espalda investigué dónde estaba el cierre del mismo.
Mientras ella hablaba de la vida de sus hijos de sus dos matrimonios y sus parejas posteriores yo pensaba como justificar en casa que la obra dura cuatro horas, cosa imposible de demostrar por cierto.
Supuse que cuando arribáramos a su castillo me invitaría a entrar y entre la visita guiada por la casa y alguna otra cosa terminaríamos en su cuarto, y si bien yo quería, no quería, no porque no quisiera sino porque no podía justificar ante mi mujer los horarios.
No me preocupaba no tener profilácticos encima, no me la imaginé promiscua aunque uno nunca sabe si el promiscuo no es ese señor serio y elegante que alguna vez le empujó el fideo contra la pared de las escobas en el fondo del colegio.
En fin, zafé con un “¡mañana tengo un día de aquellos!!!”
Yo digo que zafé, pero en una de esas ella no tenía más intención que profundizar la relación incipiente que nunca se transformó en amistad en serio, quizás los ratones eran míos.
Es verdad que ambos dos nos contamos las vidas anteriores pero ninguno comentó si en ese momento portaban pareja, eso era una picardía de ella y yo, y sabíamos que era así. 
Cuando llegamos a su casa rápidamente bajó del auto y no me dio tiempo para abrirle la puerta y ayudarla a bajar, como era mi intención y repetición de evento ya realizado por  que ella sabía que yo procedía de tal forma, inferí que su urgencia podía ser dos cosas: una para evitar justamente que me acercara demasiado a ella y no poder evitar un acercamiento
cercano y dos porque tenía alguna urgencia escatológica, la cuestión es que desde la calle se veía un par de bicicletas en su jardín y Mabel explicó que debía estar su hijo con la novia y que no parecía conveniente continuar la velada en su casa. ¡Qué suerte!, porque ya no podía demorar el regreso a la mía y también me urgía encontrar a mi mujer como mínimo medio dormida o medio despierta y la secreta esperanza de su predisposición a un grado de sexo activo y no tranqui, con abundante franela que me sacara los ratones que me provocaron los pezones de Mabel.
Esa noche fue una gran noche para los cuerpos, nos disfrutamos más que lo rutinario, fue un encuentro como de celebración, con investigación sobre temas ya conocidos pero que renuevan el goce y generan más saliva que la acostumbrada, aún así mi pensamiento estaba con Mabel: - Mabel era la mujer que tenía en ese momento encima mío y que meneaba sus pechos con ritmo de samba brasileña y poseía pezones morados y firmes. La incógnita era saber si Mabel disfrutaría conmigo como yo disfrutaba a mi mujer y viceversa.
Pasaron un par de semanas sin mayores novedades hasta que recibí un mail de Mabel referido a una expresión en griego que significa algo así como una situación inesperada: se pronuncia TIJE y se escribe TYCHE, y armaba un relato corto donde reflexionaba como dos personas que circulan por los mismos lugares, ejercen profesiones parecidas pero se cruzan poco llegan a lugares lúdicos comunes sin saberlo y tejen idiomas comunes sin proponérselo.
Me agradecía, junto a su amiga, la gentileza de acercarlas al domicilio y en su caso haberla acompañado a ese momento de café porque en verdad ella estaba desvelada y necesitaba una conversación adulta y etcétera etcétera.
Me están avanzandooo!!!!!!
Y no me disgustaaaa!!!!
Lo mejor es que no recuerdo haber hecho nada como para despertar en nadie, y por supuesto tampoco en Mabel, alguna idea de relación franca de ternura, aunque quizás si, no haber hablado de mi pareja, en realidad haber ocultado que estoy recontracasado es una señal de algo, me lo quiera reconocer o no.
Quizás en mi fuero interno, en mi segunda conciencia lo que pretendo es saber que aún puedo despertar algún deseo atávico de “desvestir a este tipo”, de que alguien piense que puedo ser un buen compañero de viaje, de teatro o de cama, que me consideren medianamente culto y limpito, mundano y simpático, en definitiva que me inflen el ego.
Lo concreto es que tomamos ese café, que recibo este bendito mail y que de mi respuesta o silencio  dependen algunas cosas que se mezclan entre la ética, la lealtad, los principios y los deseos.    
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