jueves, 22 de septiembre de 2011

Herencia

HERENCIA

También fui pequeño, también caprichoso, también mentí, también me mintieron, también me castigaron: helados flanes frutas deliciosas me fueron prohibidas, también cedí ante mi hermano mayor.
Lucí ropa usada antes por mis primos y mi hermano, por eso cuando lloro le hago muecas a mi papá, es justo que  puedan burlar las lágrimas de un niño a esa vida que se anuncia complicada cuando se tiene a séptimo al frente.
Por eso lo mejor de la vida son mis abuelos, ¡que suerte que ello son cuatro y mis papás solo dos!, dos mujeres que me cuidan miman cocinan delicias nunca me retan y los dos varones con los que conozco todos los circos  y plazas de la ciudad además de cines y los gustos de helado más exquisitos en las heladerías mejores.
En la casa de la abuela Rosa soy feliz porque el patio que en verano huele a jazmines del país y en invierno, sutilmente, al sahumerio encendido en el brasero de la sala. Por ese patio navego en buques piratas, soy amigo de Sandokán, trepo a las lianas acompañado por Tarzán lucho contra los invasores extraterrestres, educo a los dinosaurios y entre los gnomos con los que juego hay uno en especial cuya cueva que lo alberga es un simple azulejo al costado de la puerta cancel que protege de la fosa del lado de afuera, toma la leche conmigo sentados en el umbral y apoyados en las paredes que son la frontera del patio.
Ahora rememoro mi estatura de niño y sonrío débil y con ternura al mirar, recién nacido, mi primer hijo.

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