lunes, 2 de enero de 2012

LA ULTIMA BATALLA (este cuento recibió mención en el concurso de cuentos de la Biblioteca Popular de Parana Entre Rios en Nov. de 2011)

- Recuerden, no queremos mujeres, no hay nada para robar por lo tanto no pierdan el tiempo, maten a los que se les opongan, solo cuchillos o sable, ni un tiro para que no vengan de las otras tribus, jóvenes pero no niños.
- Habrá fuego porque están de fiesta pero no lo propaguen a las chozas para no dar demasiada señal, la fiesta los tiene despreocupados así que será fácil.
Los negreros avanzan despacio en la penumbra de la selva,
Tienen miedo a las alimañas y al hambre de los animales más grandes pero el premio prometido es suficiente tentación, cuanto más negros capturen más serán los que lleguen vivos a destino.
La tripulación del barco inglés es una mezcla de nativos africanos blancos, españoles, holandeses, chinos y otros,  ni siquiera tienen unidad idiomática pero todos convocados por la paga en oro y la libertad asegurada.
Son muchos, más que la cantidad posible de capturar de la pequeña tribu que estaban acechando luego de observarla durante varios días.
Asaltaron en silencio el lugar donde los nativos celebraban con cantos y bailes a sus dioses, empezaron matando para desesperar y paralizar mientras un grupo ataba luego de golpearlos fuertemente a los que elegían a ojo, calculando que fueran mayores de catorce o quince años hasta eso de los treinta.
Los capturados gritaban, se resistían, si la resistencia era muy fuerte directamente los mataban y seguían con otros, los atacados no esgrimían armas, la resistencia era a los golpes,
Luego la marcha, atados de cuello en cuello, las manos a la espalda y cadenas en los pies, seguían siendo castigados, látigos o palos.
Llegaron a la playa y a los botes que los acercarían hasta la nave anclada mar adentro,
- Tenemos setenta hombres capturados, es mucho dinero y si además sumamos lo que ya tenemos en la sentina  es más dinero, rápido salgamos y estemos lejos en la pleamar ya tenemos buenos vientos -aseguró y ordenó el segundo de a bordo.
En las catacumbas del barco eran más de trescientos, hacinados, en medio de las deposiciones y de los vómitos, muchos de ellos nunca habían visto un mar tan enorme, la comida era una vez por día, un vaso de agua y un pan.
Entre todos esos hombres había dos que se cuidaban mutuamente más que otros, todos se protegían entre sí, especialmente los de la misma tribu o familia pero estos dos eran distintos, mirando mejor se advertía que uno de ellos era una incipiente mujer, escuchando hablar se adivinaba; padre e hija.
Luego de varias semanas de navegación más de una cuarta parte de los capturados había muerto, algunos cadáveres seguían allí, sus congéneres los ocultaron para que no fueran comida de tiburones y cumplir con los ritos ancestrales.
Llegaron a destino.
Los bajaron del barco también a los golpes, ya no había resistencia.
No habría subasta todo el barco había sido contratado para traer esclavos para la hacienda más grande de la zona, Don Luis sembraba algodón y temor y cosechaba doblones y resignación, sembraba tabaco como le habían enseñado los guaraníes y lo exportaba a Europa junto a una planta que fortificaba a los hombres y hacía esclavos a los que no eran esclavos.
Don Luis revisó la carga, uno por uno fue catado eligiendo a su nueva mano de obra.
Pulsando quienes serían útiles y a quienes debería vender o matar.
Allí descubrió a la mujer, a la niña. Se sorprendió, gritó, acusó.
La apartó decidido y pensando entregarla a sus peones como premio al cuidado de la plantación, si no hay paga por lo menos que haya hembra,   discurría.
Llegó su mujer y al enterarse de la cautiva decidió quedarla para su servidumbre, la que ya tenía era vieja y mañera, esta joven bien enseñada sería útil, le preocupaba el vello y los pechos, sería tentadora para la peonada.
Decidió juntarla con José Jacinto, el indio guaraní que le hacía las tareas más pesadas de la casa y la cocina además de arrear ganado, tendría al indio contento y a la esclava controlada.
Cuando la apartaron hubo movimiento de resistencia en el medio de los capturados, alguien osó gritar y atacar a los guardias, rápidamente fue reducido y asesinado, Carmen, tal el nombre cristiano que le pondrían a la esclava nunca se enteró del destino de su padre.
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Se levantó sabiendo que lo que iba a hacer era lo mejor.
Era lo que convenía,  y lo que quería además no tenía futuro de otra forma.
Tomó el mate con las dos manos para que la temperatura del porongo le permitiera superar el frío de la madrugada y el de su corazón.
Chupaba despacio, el agua caliente le surcaba la garganta y sacaba lágrimas que no sabía si era por la temperatura o por la decisión que había tomado y debía transmitir a su madre.
Gracias a los jesuitas, que ya no estaban en la Provincia, sabía leer y había llegado a sus manos la convocatoria a enrolarse en las filas de un escuadrón del nuevo ejército de la Patria nueva y los requisitos eran saber montar, manejar cuchillo y machete, y todo eso para él era parte de su vida, desde pichón hacía tareas en la estancia, su madre era la esclava más confiable para los patrones y su papá era un arreador de los mejores, pero no tenía caballo propio.
La estancia de Don Luis Cabral le quedaba chica y no tenía mucho trabajo, el patrón lo despreciaba por zambo no lo tenía conchabado y  no lo incluía en la trata de comida.
Hijo de esclava africana y de indio guaraní ni siquiera lo consideraba criollo, además el patrón estaba muy nervioso con los acontecimientos en Buenos Aires y desconfiaba de la peonada.
Tenía que convencer a su madre, para su padre el hijo era uno más entre los seis y además era muy grande y ocupaba más espacio que cada uno de los otros.
- Déle Mama, yo me voy igual pero no es lo mismo sin su bendición, ando en harapos y tendré un uniforme brillante y quizás consiga mujer, tendré sueldo y ahora vivo de limosna de Usted y si me desgraciara o muriera tendrá Usted una pensión pero además no es para los godos, no es para los dueños de Usted mama es para otros para los de acá…
Y allí marchó, una noche se hizo de una montura, sospechaba que no se iba a notar la falta muy rápido, que escondió en los más quebrado del monte cercano al río y otra noche, ya más decidido se hizo de un bayo y lo montó con el apero en la mano hasta que se alejó bastante de la estancia.
Anduvo unas cuantas leguas hasta que un paisano del agua accedió a pasarlo del otro lado del río con su caballo a cambio de ayudarlo en el arreo hasta los mataderos.  
Le vino bien el precio, tendría comida y tabaco hasta destino, hasta ese momento su presente era cazar o vivir de pedir.
Llegó a Buenos Aires y se alistó en el escuadrón a caballo, el suyo sirvió y sumó a la caballada patriota.
Cumplió con coraje el período de aprendizaje y se lució en las tareas de guerra, tenía un don particular de mando e inmediatamente fue nombrado Cabo.
Hubo batalla, no en lo inmediato, pero los españoles andaban matrereando por el Paraná y había que pararlos, el Jefe decidió marchar y hacerse fuerte cerca del río en una zona de barrancas para tener dominio desde altura.
Llegaron a destino y rápidamente armaron el hospital, el lugar de herraje y de descanso, casi enseguida la guardia anunció la vista lejana de un barco, a pesar de no ver la bandera no había dudas de que era español, la armada patriota casi no existía.
Armaron una escaramuza para provocar a los invasores y su desembarco y la persecución.
Desde ambos lados del convento donde aguardaba la tropa patriota partieron las columnas para atacar a los invasores.
En el fragor de la batalla ambos jefes, el español y el patriota se encontraron rodeados por su custodia, la del godo fue más rápida y de una ráfaga de fusilería abatieron el caballo del coronel que quedó aprisionado por su caballo, rápidamente el cabo acudió en salvaguarda de su jefe y su fuerza permitió liberar la pierna aprisionada y en forma paralela la rápida ofensiva de las tropas propias lograron doblegar a la fuerza invasora y derrotarla.
Un par de horas más tarde, en su primer batalla el cabo, luego ascendido post mortem a sargento, Juan Bautista  Cabral, moría en brazos de su Jefe. Moría tras haber sido herido atravesado por la bayoneta destinada al Coronel San Martín.

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