Otra vez llego tarde…
Increíble, nunca
llego tarde a ningún lado siempre me tomo porciones de media hora de tal forma
de estar siempre temprano no importa las contingencias del tránsito o del medio
de transporte que elija o convenga…pero a la casa de mis tíos, a mi casa
histórica, llego tarde y no es la primera vez.
Nunca viví en
ella más que los fines de semana o alguna fiesta pero era para mí LA CASA…se
inundaba con las lluvias, el ruido del tranvía hacía temblar las copas en el
cristalero, las maderas del cuarto donde dormía o jugaba se movían de sus
asentamientos, pero siempre fue mi mejor casa…la de los juegos la del mate con
leche y el taller de relojería de mi abuelo.
Inés
me había dicho que cerraban el cajón y la sala mortuoria antes de la media noche
y que si quería ver a Jaime
–tenés que llegar
temprano o como mínimo antes de la hora de la ceremonia anunciada. No me hagás
lo de tus viejos toda la vida!!! Respetame y respetate, sos el nieto que
siempre estuvo- . Me sonaba el mensaje
en el contestador casado con el teléfono fijo en el minúsculo triste y oscuro
departamento que alquilaba en Flores bajo, es decir en el Flores barato,
peligroso, desconfiado. Petiso esmirriado y de rubio pajizo el pelo tenía con
mi abuelo la contingencia del asma, él pescado de joven cuando dormía en las
obras en construcción y yo de ser el del medio.
El velorio es en
la casa familiar. No sé porque Casa
Familiar, allí no nacieron ni mis
padres, ni mi papá en verdad, ni mis tíos ni ninguno de nosotros tres pero le
decíamos la Casa Familiar porque esas paredes albergaron la familia de mi viejo
por 40 años y fue siempre el centro de reunión conjunción síntesis de las
novedades y cambios en la familia..
Mi tía, soltera
pero no solterona, el zaguán de entrada había sido testigo oscuro de sus
encuentros amorosos con todos los proveedores del barrio, de la cuadra y los
porteros de casi todos los edificios de departamentos de la manzana. Nunca se casó y ni siquiera se lo propuso
porque lo que le encantaba era la caricia, el encuentro, la seducción y probar
otras salivas según me explicó el día que decidió que tenía que “avivarme”.
El tío “loco”, el
menor de la familia, gran laburador
trabajó en la misma joyería desde que dejó la primaria hasta que se
murió de un infarto cuando Atlanta perdió el campeonato y el tenía 35 años. Me
decía que su drama eran mis abuelos,
porque como su hermana no se ocupaba él tenía que “parar la olla” y no
podía independizarse ya que el laburo de relojero de mi abuelo no daba para
nada, ni para pagar la luz decía.
Por supuesto mi
viejo que fugó de la casa a los diez y ocho y no se ocupó más de su familia
histórica y mis abuelos. Ella vieja,
como eran los viejos de 60 que antes ya eran recontraviejos, que cocinaba,
preparaba mate de leche y se sentaba interminables tardes en el escalón zaguanero
a mirar como su propia casa se llenaba de telas de araña y mugre y no se
ocupaba y mi abuelo, bohemio, asmático, eterno sombrero de ala angosta, saco
negro y encorvado para aguantar la pesadez de sus pulmones cansados de trabajar
para nada.
Relojero, oficio
que me maravillaba, mi abuelo se ponía un ojo suplementario sobre el izquierdo
y le daba a las minúsculas piecitas y yo desde pequeño me sentaba a su lado y
miraba con deleite como recogía con herramientas de magia esas rayitas agujas
muelles volantes escapes coronas, algunas no más gruesas que uno de mis pelos,
mi abuelo me enseñaba los nombres y yo los repetía varias veces para no
olvidarlos y les contaba los pibes del barrio y del colegio para darles envidia,
y les daba.
Cuando llegué a
la casa solo quedaba el lacayo en la puerta
-Ud es Don
Roberto? -me preguntó
Lo miré desde
abajo, el tipo era morocho cabello corto y grandote, debía ser policía y este
era una changa porque no daba el físic du rol para lacayo de cochería.
-Bueno porque me
ordenaron que cierre el cajón con usted, lo dejaron abierto solo para que usted
le dé su último saludo, ahí me dijo una señora que creo que es su tía que usted
era el único nieto que lo visitaba y el único personaje familiar que le
hablaba, usted a él y él a usted…es cierto eso? Porque nunca escuché nada igual.
Y el tipo hablaba
y hablaba, hasta que le pedí que callara un poco, que me dejara hacer el duelo.
-Terminala querés? -Le dije suavemente, y el tipo la terminó.
Caminé despacio
hasta el cuarto familiar, el cuarto que compartía con su mujer, con mi abuela,
con la madre de mi viejo, aunque en realidad era solo yo el que la trataba como
hijo, porque los dos que le quedaban cumplían con el rito de saludar para el
cumpleaños y nada más.
Y ahí estaba el
cajón subido a unos aparatos extraños y brillosos y Jaime dentro, rodeado de una
fantasmal tela, vestido con el eterno y manchado traje negro, eterna y manchada
corbata azul y con el sombrero puesto, las manos cruzadas sobre la panza y
sobre la panza una hortensia. Esa hortensia era de una maceta que estaba al
lado de la puerta de entrada al cuarto,
Ni una corona, nadie se molestó, el lacayo me dijo que además de la
familia, poca y la poca gente de la cuadra, casi nadie participó de este óbito,
dijo óbito como palabra recién aprendida, y debía ser así, puso cara de orgullo
por usar esa palabra.
Me senté en una
silla de las que rodeaban la mesa del comedor inexistente pero que componía el
moblaje de este enorme cuarto. Rodeé con
la mirada reconociendo los rincones y los muebles y ví titilando la máquina de
mensajes.
-Usted
tiene cuatro mensajes nuevos, para
escucha presione…Yo tengo cuatro mensajes? Me dije en tono irónico y luego me
arrepentí, estaba ante un muerto. Apreté
la tecla y escuché: -primer mensaje nuevo: Roberto me voy a morir, no no me voy
a morir, ya estoy muerto, esto te lo digo desde el averno…sos el único que…segundo
mensaje nuevo: me ha reconocido como abuelo y elogiado mi trabajo vos sos el
…tercer mensaje nuevo: heredero de mis sueños bohemios entonces…cuarto mensaje
nuevo: te dejo el libro de poemas juveniles, ahora tapa el cajón, tengo frío.
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