Apuntó la nariz al cielo
-van a llover gotas grandes
Con esa voz de catarata, gruesa y
cascada mezcla de mucha ginebra y cigarro negro del más barato…
-pa´ que morirse con lo caro si te
morís lo mismo con lo barato y se gasta menos che.
Decía mientras escupía detrás del
espinillo.
El gato veteado se metió entre las piernas del fogón haciendo
tambalear la olla del guiso
-hijo e puta el Maria che
-¿Porque Maria doña Melchora si es
macho?
-¿Pero vos no sabís que este gato es
sagrado?
-¿Y porque es sagrado debe usar
nombre de hembra? ¿Qué tiene que ver que sea sagrado Doña Melchora? Los nombres
tienen su destino de sexo y no hay que cambiarlo porque confunde a las almas.
-Eso pa´ los cristianos no pa´ los
cuadrúpedos che, tu manchao es macho y el manchao del peón de los gringos es
yegua, así que los nombres de hembra o de varón no corren pa´ los
animales. La cucaracha es la cucaracha y
naides pregunta si monta o es montada.
El trueno retumbó en la llanura como
viento chato y le hizo sonreír a la Melchora, llovería si, llovería como dijo,
también se debía cumplir lo del tamaño de las gotas para que la sonrisa se
convierta en satisfacción por haber adivinado una vez más las intenciones de
San Pedro y la risa abriera al escenario de esa boca casi sin dientes.
Un nuevo trueno vibró los palos de
la tranquera. El manchao se inquietó agitando la piel como espantando jejenes,
tironeando del cabestro calculando el esfuerzo para escaparse sin saber adónde pero
galopar hasta encontrar un árbol con copa grande y ancha que lo proteja, acá el
sol y los rayos entraban sin preguntar porque no había ni verde miseria para huir
de la canícula, ni humanos ni animales tenían nada más que el rancho para
guarecerse y eso solo para los de dos patas, un perro y el gato, la Maria.
Eso cavilaba el manchao pero nadie
sabía.
-Siga Doña Melchora, ¿porque el
Maria es sagrado?
Melchora miró al hombre, se paró
alisando la pollera y estirando la bataraza que le protegía las piernas de las
espinas. Prendió un cigarro empujando la
punta dentro de las brasas y soplando, el humo le pegó un latigazo en el ojo
que se restregó con la derecha, huesuda arrugada y ya limpia de la sangre y la
grasa que le dejó impregnada el pollo que desplumado despacito entre charla y
pitada se deshacía en la olla negra.
Melchora chupó con avidez el cigarro y se quedó firme
mirando como el cielo le obedecía y se cargaba de agua como bota de viaje. También miró al Maria que se lamía la verija, él también le clavó por un instante la vista
y siguió con su tarea.
La Melchora no era de creer ni en
milagros ni en aparecidos, no era supersticiosa pero se persignaba a cada frase
saludando o invocando al Dios. Tenía una
edad impredecible que ni ella sabía, no se acordaba o nunca supo, cuando ni
donde nació.
Celebraba el veinticinco de
diciembre porque sostenía que si la Virgen había parido en esa fecha seguro que
ella también había nacido junto con ese niño porque
-¡¿sino porque se me había arrimado
un gato sagrado a ver!!!?
Además sabía que era el día de la parición de
la Virgen porque venía el curita, no sabía de dónde, pero venía a bendecirla,
decía, y se llevaba un par de pollos.
Llegó a ese campo con un marido que
le puso tres hijos: Primero que murió a los cuatro años mordido por una yarará,
Segunda que se fue siguiendo una partida hacía un montón de años y nunca supo
más y Tercero que se puso en la cárcel por un asunto de deuda, ella no sabía si
estaba en la cárcel por adentro o de afuera,
tampoco volvió y el hombre que le hizo los hijos se murió de tos, lo enterró detrás del rancho pero lejos de la
canilla pa que no le enturbiara el agua.
Melchora no sabía donde era donde
estaba pero tampoco le importaba, tejía de vez en cuando, hilaba de tanto en
tanto y vendía cuando venía alguien a ver lo que hilaba y lo que tejía. No sabía de plata o sabía poco y con lo poco
que sabía compraba del viajante alguna fruta perecedera que no se le daba a su
alrededor y si no…meta pollo nomás y a veces alguna cabra del vecino que se le
metía en el rancho.
Melchora era alta, elegante y dura,
pelo largo y cuidado siempre atado con un pañuelo que concienzudamente lavaba
día por medio, se movía sabiendo que hacer con cada meneo. Brazos largos y
manos reumáticas, piernas fuertes y musculosas. Las alpargatas, siempre
limpias, atesoraban pies firmes limpios y duros.
Tenía el pelo gris como las nubes de ese día y
liso, se lo lavaba todas las mañanas junto con su cuerpo no importaba la
temperatura, se desnudaba sin pudor y se restregaba con el Pinche hasta que la
piel se le ponía roja.
El Maria daba vueltas esperando los
restos del pollo que aún no había terminado de cocerse pero del que ya había
saboreado las achuras, algo de la piel y la grasa que sabiamente la Melchora
había cirujeado.
El Maria era sagrado porque la
Melchora lo decía, pero no decía porque era sagrado para ella, hasta que…
-Cuando Belén…
Empezó a contar mirando el cielo que
se encapotaba sin decidir a cubrirse del todo, el viento había cesado, los
truenos enmudecieron, todas las fuerzas de la naturaleza y sus animales estaban
prestos para escuchar a la Melchora.
-Cuando Belén apareció en el
horizonte de la dura caminata Maria ya tenía retorcijones de parto, José la
sostenía del brazo sin apretar pero con firmeza y ella sostenía la panza que
contenía vaya a saber que, persona era pero no si persona mujer o persona
hombre.
Transpiraba con cansancio, le
sonreía a su marido disimulando los dolores. Las gotas resbalaban por su
espalda y brillaban en la cara y los hombros.
La proximidad de las casas le dio
esperanzas de conseguir agua, la que traían en las odres había perdido la
frescura, quizás alguien les daría cobijo ante la proximidad del nacimiento.
Melchora detuvo su relato, miró a su
alrededor como buscando la audiencia, levantó la vista al cielo y parada, las
piernas abiertas y los brazos abrazándose a sí mismos continuó…
-Nadie abría una puerta, temían a
los soldados, temían la represalia por albergar gente de afuera, gente que no
tenía permiso para irse de donde eran…tocaron varias puertas, Maria estaba en un
quejido, el pequeño se revolvía en sus tripas pugnando por la luz.
En un grito de Maria un converso se apiadó y
recogió a la familia en un granero que más que granero era pocilga. La mujer del converso se acercó, apartó a
José trajo agua y una piel de camello llamó a su hija y entre las dos ayudaron a Maria a
parir. Parto duro, complicado y mañero,
el bebé venía enredado pero la mujer no se amilanó, hizo que su hija metiera la
pequeña mano y desenredara el cordón, el bebé salió del vientre y llegó a los
brazos de la niña, no lloraba, la mujer cortó con los dientes la última unión
física con su madre puso al bebé boca abajo hasta que vomitó y lloró, lo
envolvió en la piel del camello y lo puso en el pecho de Maria, entre las tres mujeres indujeron al pequeño a
la boca hasta el pezón y finalmente se hizo el milagro.
Bebé nacido y comiendo.
Momentos después lo rociaron con
agua para limpiarlo, la placenta complicó la tarea porque no salía y las manos
de la niña ayudaron a resolver la
crisis.
Nuevamente la Melchora paralizó el
relato. Se quedó mirando el cielo como esperando la inspiración que tradujera
sus pensamientos en palabras…forzaba la vista buscando, los ojos acuosos de
lágrimas por el esfuerzo para ver lo que nadie podría.
Recomenzó con entusiasmo
-José no cabía en su alegría, no
solo el primer hijo sino además varón, tomó su cayado y salió del lugar con el deseo
de compartir la feliz nueva. El día era
más luminoso, más brillante y dulce. Al
lado de la entrada al granero advirtió una datilera de la que no había notado
su presencia quizás por la urgencia que daba el inmediato nacimiento de su
bebé, alzó el cayado y golpeó las ramas, los dátiles cayeron por decenas, más
que lo que la violencia del golpe a sus ramas podrían indicar, recogió todo lo
que entraba en una canasta que encontró apoyada en el árbol y casa por casa
anunció la nueva, y los vecinos a pesar de los resquemores aceptaban con
sonrisa indulgente la noticia y el dátil, los niños del humilde caserío
perseguían al hombre reclamando la dulzura del rojo del fruto y gritaban con
tanta alegría como José.
Melchora brillaba, hablaba como en
oración, lenguaje casi literario, anormal en su estilo.
-El bebé no era tranquilo, dormía
poco, no mamaba lo suficiente y lloraba y lloraba.
A los ocho días lo bautizaron como
lo ordenaba la ley de Moisés, se necesitaban diez hombres mayores de trece años
para la ceremonia, con ayuda del converso juntaron a ocho jóvenes y más José se
completó el cortejo, con gran solemnidad lo nombraron Joshua.
Joshua lloraba, desesperaba a sus
padres, incomodaba a los vecinos y atemorizaba a todos los pobladores.
Otra vez Melchora congeló su relato
observando cómo caía la tarde, la sombra del rancho se alargaba a medida que el
sol iba al reposo nocturno, caminó unos pasos y prendió el farol que colgaba en
la galería. No era de noche pero tampoco
de día y la luz tambaleante del farol movía las escasas pertenencias que
cobraban vida al compás de la brisa que agitaba la llama.
El gato que acompañó a José mientras
repartía los dátiles y que hasta había robado alguno caído de la cesta daba
vueltas por el humilde hogar transitorio del matrimonio primerizo sin acertar
un espacio para reposar, olía y buscaba, un moscardón fue motivo de juego por
unos segundos y aburrido siguió hasta encontrar el mejor sitio para echarse. La
piel del camello parecía un buen lugar aunque la mayor parte estaba ocupado por
ese bebé que lloraba y lloraba, una punta de la piel era suficiente y enrollado
sobre sí mismo el gato cerró los ojos, el calor que emanaba el pequeño y la
calidez de la piel fue suficiente para
que el gato conforme y mimoso comenzara a ronronear y con ese ronroneo de fondo
el bebé calmó su angustia y calló sus lágrimas.
María miró a ambos, el bebé reposaba
tranquilo, satisfecho como luego de saciarse con la leche materna y el gato
ronroneaba despacio y musitaba una sonrisa.
María se acercó al gato se sentó a
su lado y comenzó a acariciarlo desde la cara hasta el final del lomo.
Apoyó su mano derecha en la frente
del gato, el animal la miró tranquilo y curioso.
José se acercó extasiado ante la
escena frente a él el niño descansando su mujer sentada acariciando al gato.
María miró con amor a su marido, miró
con ternura a su hijo, el gato intentaba zafar de la caricia pero no ponía demasiada
voluntad también como a Joshua el
ronroneo lo calmaba la caricia concentrada de Maria.
José alargó su mano ayudando a Maria
a pararse y la tomó en sus brazos.
El gato aprovechó el momento y salió
del lugar hacia la calle, José miró la cabeza del animal, entre sus ojos y con
absoluta claridad el pelo estaba teñido de gris que contrastaba con el pelo
blanco del resto de la cabeza y asemejaba una extraña forma de dos cerros o el pecho
de una mujer.
-Ni cerro ni pecho, es una M, M de
Maria dijo Melchora
Igual que el Maria, sentenció, por
eso es sagrado.
El me cuida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario