domingo, 22 de diciembre de 2013

M DE MARIA




Apuntó la nariz al cielo
-van a llover gotas grandes
Con esa voz de catarata, gruesa y cascada mezcla de mucha ginebra y cigarro negro del más barato…
-pa´ que morirse con lo caro si te morís lo mismo con lo barato y se gasta menos che.
Decía mientras escupía detrás del espinillo.
El gato veteado se  metió entre las piernas del fogón haciendo tambalear la olla del guiso
-hijo e puta el Maria che
-¿Porque Maria doña Melchora si es macho? 
-¿Pero vos no sabís que este gato es sagrado?
-¿Y porque es sagrado debe usar nombre de hembra? ¿Qué tiene que ver que sea sagrado Doña Melchora? Los nombres tienen su destino de sexo y no hay que cambiarlo porque confunde a las almas.
-Eso pa´ los cristianos no pa´ los cuadrúpedos che, tu manchao es macho y el manchao del peón de los gringos es yegua, así que los nombres de hembra o de varón no corren pa´ los animales.  La cucaracha es la cucaracha y naides pregunta si monta o es montada. 
El trueno retumbó en la llanura como viento chato y le hizo sonreír a la Melchora, llovería si, llovería como dijo, también se debía cumplir lo del tamaño de las gotas para que la sonrisa se convierta en satisfacción por haber adivinado una vez más las intenciones de San Pedro y la risa abriera al escenario de esa boca casi sin dientes.
Un nuevo trueno vibró los palos de la tranquera. El manchao se inquietó agitando la piel como espantando jejenes, tironeando del cabestro calculando el esfuerzo para escaparse sin saber adónde pero galopar hasta encontrar un árbol con copa grande y ancha que lo proteja, acá el sol y los rayos entraban sin preguntar porque no había ni verde miseria para huir de la canícula, ni humanos ni animales tenían nada más que el rancho para guarecerse y eso solo para los de dos patas, un perro y el gato, la Maria. 
Eso cavilaba el manchao pero nadie sabía.
-Siga Doña Melchora, ¿porque el Maria  es sagrado?
Melchora miró al hombre, se paró alisando la pollera y estirando la bataraza que le protegía las piernas de las espinas.  Prendió un cigarro empujando la punta dentro de las brasas y soplando, el humo le pegó un latigazo en el ojo que se restregó con la derecha, huesuda arrugada y ya limpia de la sangre y la grasa que le dejó impregnada el pollo que desplumado despacito entre charla y pitada se deshacía en la olla negra.
Melchora  chupó con avidez el cigarro y se quedó firme mirando como el cielo le obedecía y se cargaba de agua como bota de viaje.  También miró al Maria que se lamía la verija,  él también le clavó por un instante la vista y siguió con su tarea.
La Melchora no era de creer ni en milagros ni en aparecidos, no era supersticiosa pero se persignaba a cada frase saludando o invocando al Dios.  Tenía una edad impredecible que ni ella sabía, no se acordaba o nunca supo, cuando ni donde nació. 
Celebraba el veinticinco de diciembre porque sostenía que si la Virgen había parido en esa fecha seguro que ella también había nacido junto con ese niño porque
-¡¿sino porque se me había arrimado un gato sagrado a ver!!!?
 Además sabía que era el día de la parición de la Virgen porque venía el curita, no sabía de dónde, pero venía a bendecirla, decía, y se llevaba un par de pollos.
Llegó a ese campo con un marido que le puso tres hijos: Primero que murió a los cuatro años mordido por una yarará, Segunda que se fue siguiendo una partida hacía un montón de años y nunca supo más y Tercero que se puso en la cárcel por un asunto de deuda, ella no sabía si estaba en la cárcel por adentro o de afuera,  tampoco volvió y el hombre que le hizo los hijos se murió de tos,  lo enterró detrás del rancho pero lejos de la canilla pa que no le enturbiara el agua. 
Melchora no sabía donde era donde estaba pero tampoco le importaba, tejía de vez en cuando, hilaba de tanto en tanto y vendía cuando venía alguien a ver lo que hilaba y lo que tejía.  No sabía de plata o sabía poco y con lo poco que sabía compraba del viajante alguna fruta perecedera que no se le daba a su alrededor y si no…meta pollo nomás y a veces alguna cabra del vecino que se le metía en el rancho.
Melchora era alta, elegante y dura, pelo largo y cuidado siempre atado con un pañuelo que concienzudamente lavaba día por medio, se movía sabiendo que hacer con cada meneo. Brazos largos y manos reumáticas, piernas fuertes y musculosas. Las alpargatas, siempre limpias, atesoraban pies firmes limpios y duros.
 Tenía el pelo gris como las nubes de ese día y liso, se lo lavaba todas las mañanas junto con su cuerpo no importaba la temperatura, se desnudaba sin pudor y se restregaba con el Pinche hasta que la piel se le ponía roja.
El Maria daba vueltas esperando los restos del pollo que aún no había terminado de cocerse pero del que ya había saboreado las achuras, algo de la piel y la grasa que sabiamente la Melchora había cirujeado.
El Maria era sagrado porque la Melchora lo decía, pero no decía porque era sagrado para ella, hasta que…
-Cuando Belén…
Empezó a contar mirando el cielo que se encapotaba sin decidir a cubrirse del todo, el viento había cesado, los truenos enmudecieron, todas las fuerzas de la naturaleza y sus animales estaban prestos para escuchar a la Melchora.
-Cuando Belén apareció en el horizonte de la dura caminata Maria ya tenía retorcijones de parto, José la sostenía del brazo sin apretar pero con firmeza y ella sostenía la panza que contenía vaya a saber que, persona era pero no si persona mujer o persona hombre.
Transpiraba con cansancio, le sonreía a su marido disimulando los dolores. Las gotas resbalaban por su espalda y brillaban en la cara y los hombros.
La proximidad de las casas le dio esperanzas de conseguir agua, la que traían en las odres había perdido la frescura, quizás alguien les daría cobijo ante la proximidad del nacimiento.
Melchora detuvo su relato, miró a su alrededor como buscando la audiencia, levantó la vista al cielo y parada, las piernas abiertas y los brazos abrazándose a sí mismos continuó…
-Nadie abría una puerta, temían a los soldados, temían la represalia por albergar gente de afuera, gente que no tenía permiso para irse de donde eran…tocaron varias puertas, Maria estaba en un quejido, el pequeño se revolvía en sus tripas pugnando por la luz.
 En un grito de Maria un converso se apiadó y recogió a la familia en un granero que más que granero era pocilga.  La mujer del converso se acercó, apartó a José trajo agua y una piel de camello llamó a su hija  y entre las dos ayudaron a Maria a parir.  Parto duro, complicado y mañero, el bebé venía enredado pero la mujer no se amilanó, hizo que su hija metiera la pequeña mano y desenredara el cordón, el bebé salió del vientre y llegó a los brazos de la niña, no lloraba, la mujer cortó con los dientes la última unión física con su madre puso al bebé boca abajo hasta que vomitó y lloró, lo envolvió en la piel del camello y lo puso en el pecho de Maria,  entre las tres mujeres indujeron al pequeño a la boca hasta el pezón y finalmente se hizo el milagro. 
Bebé nacido y comiendo. 
Momentos después lo rociaron con agua para limpiarlo, la placenta complicó la tarea porque no salía y las manos de la niña  ayudaron a resolver la crisis.
Nuevamente la Melchora paralizó el relato. Se quedó mirando el cielo como esperando la inspiración que tradujera sus pensamientos en palabras…forzaba la vista buscando, los ojos acuosos de lágrimas por el esfuerzo para ver lo que nadie podría.
Recomenzó con entusiasmo
-José no cabía en su alegría, no solo el primer hijo sino además varón, tomó su cayado y salió del lugar con el deseo de compartir la feliz nueva.  El día era más luminoso, más brillante y dulce.  Al lado de la entrada al granero advirtió una datilera de la que no había notado su presencia quizás por la urgencia que daba el inmediato nacimiento de su bebé, alzó el cayado y golpeó las ramas, los dátiles cayeron por decenas, más que lo que la violencia del golpe a sus ramas podrían indicar, recogió todo lo que entraba en una canasta que encontró apoyada en el árbol y casa por casa anunció la nueva, y los vecinos a pesar de los resquemores aceptaban con sonrisa indulgente la noticia y el dátil, los niños del humilde caserío perseguían al hombre reclamando la dulzura del rojo del fruto y gritaban con tanta alegría como José.
Melchora brillaba, hablaba como en oración, lenguaje casi literario, anormal en su estilo.   
-El bebé no era tranquilo, dormía poco, no mamaba lo suficiente y lloraba y lloraba.
A los ocho días lo bautizaron como lo ordenaba la ley de Moisés, se necesitaban diez hombres mayores de trece años para la ceremonia, con ayuda del converso juntaron a ocho jóvenes y más José se completó el cortejo, con gran solemnidad lo nombraron Joshua.
Joshua lloraba, desesperaba a sus padres, incomodaba a los vecinos y atemorizaba a todos los pobladores.
Otra vez Melchora congeló su relato observando cómo caía la tarde, la sombra del rancho se alargaba a medida que el sol iba al reposo nocturno, caminó unos pasos y prendió el farol que colgaba en la galería.  No era de noche pero tampoco de día y la luz tambaleante del farol movía las escasas pertenencias que cobraban vida al compás de la brisa que agitaba la llama.
El gato que acompañó a José mientras repartía los dátiles y que hasta había robado alguno caído de la cesta daba vueltas por el humilde hogar transitorio del matrimonio primerizo sin acertar un espacio para reposar, olía y buscaba, un moscardón fue motivo de juego por unos segundos y aburrido siguió hasta encontrar el mejor sitio para echarse. La piel del camello parecía un buen lugar aunque la mayor parte estaba ocupado por ese bebé que lloraba y lloraba, una punta de la piel era suficiente y enrollado sobre sí mismo el gato cerró los ojos, el calor que emanaba el pequeño y la calidez de la piel  fue suficiente para que el gato conforme y mimoso comenzara a ronronear y con ese ronroneo de fondo el bebé calmó su angustia y calló sus lágrimas.
María miró a ambos, el bebé reposaba tranquilo, satisfecho como luego de saciarse con la leche materna y el gato ronroneaba despacio y musitaba una sonrisa.
María se acercó al gato se sentó a su lado y comenzó a acariciarlo desde la cara hasta el final del lomo.
Apoyó su mano derecha en la frente del gato, el animal la miró tranquilo y curioso.
José se acercó extasiado ante la escena frente a él el niño descansando su mujer sentada acariciando al gato.
María miró con amor a su marido, miró con ternura a su hijo, el gato intentaba zafar de la caricia pero no ponía demasiada voluntad  también como a Joshua el ronroneo lo calmaba la caricia concentrada de Maria.
José alargó su mano ayudando a Maria a pararse y la tomó en sus brazos.
El gato aprovechó el momento y salió del lugar hacia la calle, José miró la cabeza del animal, entre sus ojos y con absoluta claridad el pelo estaba teñido de gris que contrastaba con el pelo blanco del resto de la cabeza y asemejaba una extraña forma de dos cerros o el pecho de una mujer.
-Ni cerro ni pecho, es una M, M de Maria dijo Melchora
Igual que el Maria, sentenció, por eso es sagrado.
El me cuida.





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