martes, 28 de enero de 2014

BUEN VIVIR



Digamos que el componente trágico de su vida fue justamente tener una buena vida.
Buena en el sentido de lo material.  Una casa cómoda con jardín al frente y jardín al fondo con juegos para chicos, un cuarto amplio y luminoso con espacio para juguetes mesa para la computadora, pizarrón, biblioteca y todo lo necesario para estar lo suficientemente aislado para hacer “casi” lo que quisiera, y es “casi” porque también había un amplificador de ruidos que en la cocina y el dormitorio de sus padres  se escuchaba y además una camarita de TV para que su papá supiera todo lo que pasaba en ese cuarto desde su celular.
No había hermanos que compitieran con el cariño de sus padres, arquitecto él contadora pública ella que sin ser exageradamente solventes tenían un poco más que buen pasar.
Ambos provenían de padres profesionales y amigos entre sí que sin decirlo públicamente habían concertado el matrimonio de sus hijos para que el gueto no se abriera demasiado y no les ocurriera como a otras parejas de su grupo de referencia que se habían casado con gente “de afuera” y a los pocos años habían roto el compromiso matrimonial.
Dos temporadas de vacaciones en cada año, con paseos dentro o fuera del país siempre en lugares cómodos y nada de “turismo aventura” todo tenía que ser previsible.
Casi siempre los paseos se hacían con el auto propio pero si el lugar elegido estaba a más de quinientos kilómetros era con avión y alquiler de auto, siempre hoteles nada de cabañas porque había que trabajar y ya bastante trabajaban en sus ocupaciones habituales.
Medicina prepaga de calidad con controles regulares de salud y bienestar y obviamente escuelas de un alto nivel de exigencia, bilingüe y trilingüe y sus compañeros de clase, maestros y  profesores profundamente investigados para que no haya contaminación ideológica o más peligrosa o casi tan peligrosa: la orientación sexual, docentes separados u otras aberraciones.
Digamos que había “buena vida”, querido por sus padres, atendido, mimado, cuidado, todo lo que tenía o le sucedía era parte natural de la vida y nunca se le ocurrió que eso podía faltar o cambiar pero sabiendo que la vida también otorga sorpresas no deseadas, que en la TV también se ven pobres, hambrientos, desalojados, suicidas, criminales y otras yerbas ya desde su primera adolescencia tomó conciencia que debía prepararse para un futuro incierto.  Podía suceder un infarto de su padre y tener que presidir la familia o la quiebra económica o que sus padres se divorciaran y perdiera algunos privilegios.  Debía prepararse, blindarse, y debía hacerlo sin conocimiento de nadie.
Pero aún era muy joven, recién le empezaban a salir los pelos en la pierna, tuvo la suficiente madurez para saber que era demasiado pronto para armar su estrategia defensiva y mientras tanto lo que tenía que si hacer era planificar lo que sería su futuro.
Desde pequeño que espiaba a sus padres en el ámbito íntimo del cuarto nupcial se aburría con los modos que tenían de cambiarse saludarse vestirse acostarse y se divertía con los juegos sexuales, la búsqueda de posiciones, las palabras en voz baja que eran inteligibles desde donde escuchaba pero oía perfectamente los quejidos de ambos, los ayes cuando ambos se penetraban y demás.
Siempre supo que esos encuentros eran placenteros para los protagonistas.
Con su primera simpatía a los catorce  años  hubo solo manoseos de investigación y masturbaciones mutuas.  A los quince ya era un experto lector de triple X pero no había tenido más que eso.  Y una tarde fue donde le habían dicho y tuvo mujer pagando.  El dato y la plata se la había dado su propio padre orgullosísimo de que su hijo ya era “hombre”.  De la prostituta se hizo habitué e iba casi todas las semanas con la plata que le daba su padre o con la que le sacaba a su madre que también conocía lo que pasaba y opinaba que era correctísimo que vaya con una prostituta y no con la noviecita a la que había que respetar.
Una tarde de invierno, un domingo, en su cuarto y con su noviecita quinceañera comenzaron el habitual manoseo para masturbarse pero él quería más, la convenció de desvestirse mutuamente mientras seguían con el juego, intentó la penetración pero ella se resistió, en la excitación le gritó y ella lloraba y no quería, entonces le pegó una cachetada, fuerte, sonora, y ella no gritó, paró de llorar y lo miró con temor, desesperada y se entregó.  El no fue ni brusco ni violento hizo todo lo que había que hacer y que había aprendido para que se lubricara bien y luego la poseyó, ella disfrutó nada: el dolor de la cachetada, el rasgado del himen  y el susto por la sangre fueron el condimento del temor y el susto…esperaron un rato y en el nuevo movimiento pélvico el disfrute fue de los dos.  Y el sexo fue sin cuidados y por supuesto al mes la falta de la menstruación indicó el error.
Consultó con su prostituta y tuvo orientación, resuelta la crisis se encontró con tres adquisiciones, querida gratis, prostituta propia y médica para los errores evitables.   Empezó a ofrecer los servicios a sus compañeros de colegio.  Hizo un acuerdo comercial con su prostituta: mitad y mitad.  Además y con conocidos sin vinculación con su circuito habitual ofrecía a su querida que al principio no quiso pero un par de cachetadas y unos pesos para ropa maquillaje y áridos la convencieron.
Cuando entró a la universidad, privada por supuesto, comenzó dos carreras simultáneas: derecho y administración.  Se recibió de ambas casi al mismo tiempo, para esa época ya vivía solo en un departamento regalado por sus padres en premio a su contracción en los estudios, en una buena zona y vivienda despampanante.  Pero además su patrimonio había crecido: alquilaba dos viviendas donde ya tenía cuatro mujeres que trabajaban para él a mitad y mitad, un par de jóvenes forzudos que cuidaban sus pertenencias y dos queridas de alta alcurnia, la primera que además la utilizaba él mismo y una amiga de ella que se plegó al negocio con ganas de ahorrar para irse a vivir sola y además viajar.
Todo el grupo no superaba los veinticinco años de edad, se llevaban bien y nadie celaba, el retobo se resolvía con una cachetada.  La médica había sido convocada pocas veces y sus honorarios eran interesantes, una de esas tardes la invitó a su departamento e intentó tener sexo, pero hubo resistencia, en este caso no pegó, no cacheteó, no violó, pero sí amenazó: tenía filmadas las intervenciones y la doblegó, pero le exigió más, la penetró de todas las formas posibles y con mucho dolor para que nunca más se resistiera a sus reclamos pero además le exigió que le presentara mujeres para su negocio, esas mujeres que ella había ayudado a no parir y que le debían favores.
Cuando estaba dando vuelta los treinta tenía unas cien mujeres trabajando para él solo en la capital, otras veinte mujeres para el tratamiento VIP a funcionarios del gobierno y de empresas importantes un grupo de forzudos y experimentados cuidadores y transacciones por varios kilos de áridos diarios.   
El mercado era receptivo a nuevos nichos del negocio entonces encaró una línea destinada a mujeres y hombres de más de cincuenta.
Cuando hizo la primera selección de prostitutas finas para ese segmento la primera mujer que entrevistó era su padre.   

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