Digamos que el componente trágico de su vida
fue justamente tener una buena vida.
Buena en el sentido de lo material. Una casa cómoda con jardín al frente y jardín
al fondo con juegos para chicos, un cuarto amplio y luminoso con espacio para juguetes
mesa para la computadora, pizarrón, biblioteca y todo lo necesario para estar
lo suficientemente aislado para hacer “casi” lo que quisiera, y es “casi”
porque también había un amplificador de ruidos que en la cocina y el dormitorio
de sus padres se escuchaba y además una
camarita de TV para que su papá supiera todo lo que pasaba en ese cuarto desde
su celular.
No había hermanos que compitieran con el
cariño de sus padres, arquitecto él contadora pública ella que sin ser
exageradamente solventes tenían un poco más que buen pasar.
Ambos provenían de padres profesionales y
amigos entre sí que sin decirlo públicamente habían concertado el matrimonio de
sus hijos para que el gueto no se abriera demasiado y no les ocurriera como a
otras parejas de su grupo de referencia que se habían casado con gente “de
afuera” y a los pocos años habían roto el compromiso matrimonial.
Dos
temporadas de vacaciones en cada año, con paseos dentro o fuera del país
siempre en lugares cómodos y nada de “turismo aventura” todo tenía que ser
previsible.
Casi
siempre los paseos se hacían con el auto propio pero si el lugar elegido estaba
a más de quinientos kilómetros era con avión y alquiler de auto, siempre
hoteles nada de cabañas porque había que trabajar y ya bastante trabajaban en
sus ocupaciones habituales.
Medicina
prepaga de calidad con controles regulares de salud y bienestar y obviamente
escuelas de un alto nivel de exigencia, bilingüe y trilingüe y sus compañeros
de clase, maestros y profesores
profundamente investigados para que no haya contaminación ideológica o más
peligrosa o casi tan peligrosa: la orientación sexual, docentes separados u
otras aberraciones.
Digamos
que había “buena vida”, querido por sus padres, atendido, mimado, cuidado, todo
lo que tenía o le sucedía era parte natural de la vida y nunca se le ocurrió
que eso podía faltar o cambiar pero sabiendo que la vida también otorga
sorpresas no deseadas, que en la TV también se ven pobres, hambrientos,
desalojados, suicidas, criminales y otras yerbas ya desde su primera
adolescencia tomó conciencia que debía prepararse para un futuro incierto. Podía suceder un infarto de su padre y tener
que presidir la familia o la quiebra económica o que sus padres se divorciaran y
perdiera algunos privilegios. Debía prepararse,
blindarse, y debía hacerlo sin conocimiento de nadie.
Pero
aún era muy joven, recién le empezaban a salir los pelos en la pierna, tuvo la
suficiente madurez para saber que era demasiado pronto para armar su estrategia
defensiva y mientras tanto lo que tenía que si hacer era planificar lo que sería
su futuro.
Desde
pequeño que espiaba a sus padres en el ámbito íntimo del cuarto nupcial se
aburría con los modos que tenían de cambiarse saludarse vestirse acostarse y se
divertía con los juegos sexuales, la búsqueda de posiciones, las palabras en
voz baja que eran inteligibles desde donde escuchaba pero oía perfectamente los
quejidos de ambos, los ayes cuando ambos se penetraban y demás.
Siempre
supo que esos encuentros eran placenteros para los protagonistas.
Con
su primera simpatía a los catorce años hubo solo manoseos de investigación y
masturbaciones mutuas. A los quince ya
era un experto lector de triple X pero no había tenido más que eso. Y una tarde fue donde le habían dicho y tuvo
mujer pagando. El dato y la plata se la
había dado su propio padre orgullosísimo de que su hijo ya era “hombre”. De la prostituta se hizo habitué e iba casi
todas las semanas con la plata que le daba su padre o con la que le sacaba a su
madre que también conocía lo que pasaba y opinaba que era correctísimo que vaya
con una prostituta y no con la noviecita a la que había que respetar.
Una
tarde de invierno, un domingo, en su cuarto y con su noviecita quinceañera
comenzaron el habitual manoseo para masturbarse pero él quería más, la convenció
de desvestirse mutuamente mientras seguían con el juego, intentó la penetración
pero ella se resistió, en la excitación le gritó y ella lloraba y no quería,
entonces le pegó una cachetada, fuerte, sonora, y ella no gritó, paró de llorar
y lo miró con temor, desesperada y se entregó.
El no fue ni brusco ni violento hizo todo lo que había que hacer y que
había aprendido para que se lubricara bien y luego la poseyó, ella disfrutó nada:
el dolor de la cachetada, el rasgado del himen y el susto por la sangre fueron el condimento
del temor y el susto…esperaron un rato y en el nuevo movimiento pélvico el
disfrute fue de los dos. Y el sexo fue
sin cuidados y por supuesto al mes la falta de la menstruación indicó el error.
Consultó
con su prostituta y tuvo orientación, resuelta la crisis se encontró con tres
adquisiciones, querida gratis, prostituta propia y médica para los errores evitables. Empezó
a ofrecer los servicios a sus compañeros de colegio. Hizo un acuerdo comercial con su prostituta:
mitad y mitad. Además y con conocidos
sin vinculación con su circuito habitual ofrecía a su querida que al principio
no quiso pero un par de cachetadas y unos pesos para ropa maquillaje y áridos la
convencieron.
Cuando
entró a la universidad, privada por supuesto, comenzó dos carreras simultáneas:
derecho y administración. Se recibió de
ambas casi al mismo tiempo, para esa época ya vivía solo en un departamento
regalado por sus padres en premio a su contracción en los estudios, en una
buena zona y vivienda despampanante.
Pero además su patrimonio había crecido: alquilaba dos viviendas donde
ya tenía cuatro mujeres que trabajaban para él a mitad y mitad, un par de jóvenes
forzudos que cuidaban sus pertenencias y dos queridas de alta alcurnia, la
primera que además la utilizaba él mismo y una amiga de ella que se plegó al
negocio con ganas de ahorrar para irse a vivir sola y además viajar.
Todo
el grupo no superaba los veinticinco años de edad, se llevaban bien y nadie
celaba, el retobo se resolvía con una cachetada. La médica había sido convocada pocas veces y
sus honorarios eran interesantes, una de esas tardes la invitó a su
departamento e intentó tener sexo, pero hubo resistencia, en este caso no pegó,
no cacheteó, no violó, pero sí amenazó: tenía filmadas las intervenciones y la
doblegó, pero le exigió más, la penetró de todas las formas posibles y con
mucho dolor para que nunca más se resistiera a sus reclamos pero además le
exigió que le presentara mujeres para su negocio, esas mujeres que ella había
ayudado a no parir y que le debían favores.
Cuando
estaba dando vuelta los treinta tenía unas cien mujeres trabajando para él solo
en la capital, otras veinte mujeres para el tratamiento VIP a funcionarios del
gobierno y de empresas importantes un grupo de forzudos y experimentados
cuidadores y transacciones por varios kilos de áridos diarios.
El mercado
era receptivo a nuevos nichos del negocio entonces encaró una línea destinada a
mujeres y hombres de más de cincuenta.
Cuando
hizo la primera selección de prostitutas finas para ese segmento la primera
mujer que entrevistó era su padre.
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