Se suceden
una a una con valentía y resolución, llevan encrespada su cresta blanca como
ondeando banderas de la victoria invadiendo la playa con resolución de ejercito
victorioso de conquistas. Algunas más altivas y resolutas y otras, entre
varias, muy agresivas,
avanzan tranquilas llevadas por las anteriores como las putas que siguen a los
ejércitos para quedarse con la paga de los que quedan vivos y con espíritu de
descargar en semen la alegría de no haber muerto todavía.
El fuerte
viento, como vanguardia valiente, barre a quienes los sorprende la invasión y
escapan mal protegidos por ropas y carreras, los más pequeños abrazados a los
mayores lloran la desventura de lo desconocido que les ha robado los juegos y
los amenaza quien sabe con qué males y castigos. Y detrás de los
vientos, usando los nubarrones como aviso de proximidad, teórico disfraz
de una noche para la que aún no es hora, el agua en coctelera agitada por un
gigante con parkinson se enrieda en sí misma organizando el asedio que
desemboca en la huida.
Victoriosa el
agua, exitosa la ola, se recuesta en la playa entre piedras árboles troncos
resto de naufragios y de escapadas, vasos botellas y demás deudos…descansa en
el lugar donde moraban los felices y se casa con la arena en un matrimonio
fecundo, se penetran mutuamente y la arena cubre con amor y elegancia el furor
que traía la ola, desenvuelve las abanderadas crestas y sonríe maliciosamente:
la tranquilidad de la arena, su aparente paz una vez más a derrotado al océano
que se entrega a la arena mansamente sin saber que ya no puede volver…
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