Visitamos el Escorial y el Valle de los Caídos, visitamos Toledo...El Escorial es un palacio triste, denso, cargado, con muuuchas pinturas tapices, con muchos muebles dignos de ver y comentar, con muuuchos cuartos y pocooos baños de aquella época.
Los tapices, muchos de Flandes, dignos de mirar de cerca y de lejos, de cerca para admirar su tejido y de lejos para embellecer los ojos con sus formas, los cuadros siempre de la familia real o de alguien de la familia real, sus pliegues, muecas, vestidos, en fin su poder estético...los cuartos y sus muebles muchos enjaezados maravillosamente...sus tumbas y el pudridero, donde van, ya muertos, los miembros de la monarquía hasta que se le van los olores y los dolores familiares y luego se los "entierra", es un decir porque no van a tierra sino a sarcófagos. Palacio grande y palacio pequeño, donde la monarquía pecaba, dabas y recibías y todo con un "permiso señor Rey, disculpe señora Reina", pero daban y recibían con perdón de dios.
El Valle de los Caídos es un monumento a la muerte, de una magnificencia que asusta, de una enormidad que atemoriza, pesado y siniestro.
La visita y recorrida de Toledo me reconcilió con los invasores de América.
Sus edificios, calles, ventanas, flores, palacios y casas, gentes y gentes. Las paredes en diagonal, los techos en maderas riquísimas, las ventanas enrejadas con gusto y presencia. Hasta las celdas parecen realizadas para que 500 años después un americanito de la Argentina se sienta transportado a los poemas de Garcilaso de Manrique al Capitán Alatriste del escritor contemporáneo y de aquellos árabes judíos cristianos que escribieron esa civilización.
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