Pero le aseguro, le juro por dios,
por mi vieja se lo juro que lo mío no fue con alevosía como dice usted, ni
siquiera fue con bronca. Es verdad que estaba reenojado, sigo bastante colérico.
Le clavé una vez el cuchillo y cuando me acerqué y percibí que ya no respiraba
no se lo clavé de nuevo aunque tuve unas ganas tremendas de meterle como cien
veces la hoja en el lomo, pero de una lo despanzurré porque seguro que ya
estaba bastante hecho mierda. Además fue limpito, ni una gota de sangre.
Pero usted lo que quiere es que le
cuente por qué hice lo que hice. Porque usted me va a juzgar, no es que me va a
condenar pero seguro que va a dictar un fallo, aunque sea para usted solo,
aunque no lo comparta con los ciudadanos que se enteraron y que esperan que usted
diga “lo acuso de…” y proclame “lo condeno a…” aunque nunca se cumpla la
condena y la acusación no trascienda de unas pocas personas entre las que
obviamente vamos a estar usted y yo.
Pero dígame usted ¿donde vive?,
¿vive en un departamento en una zona superpoblada donde los ruidos del
transporte público, la bocina de los autos, el bullicio de la gente, los gritos
del vecino, el olor de la comida del departamento de al lado, el ladrido del
perro de la vecina de arriba, la mala educación del portero, el aumento de las
expensas, cuando le roban el diario, el exceso de cera en el piso del palier,
las asambleas de consorcio, las visitas inesperadas, la falta de lugar donde
estacionar el auto, (¿tiene auto?), los amigos que se resisten a visitarlo
porque nunca tienen donde estacionar el auto, (¿sus amigos tienen auto?)? ¿Todo
eso junto se junta donde usted vive? O vive en un barrio apacible de casas
bajas y vecinos solidarios que levantan las heces de sus perros educados y
entrenados para no molestar a los vecinos, policías que no son corruptos y
cuidan del barrio, los medios de transporte público cerca pero no por su puerta,
Porque el carácter de uno también tiene que ver con el lugar donde vive y la
gente con la que se codea sean vecinos o amigos o familiares o etcétera. Porque
usted debe mirar en forma distinta lo que yo hice si es comprensivo o
intolerante, si es conservador o reformista, impaciente o sereno.
Lo que pretendo es que usted me
comprenda, dilucide que mi intención si bien fue de matar tampoco ¡¡¡¡uuuhhh!!!!
Ni convertirme en un asesino serial y hacer esto a cada rato y con cada cosa
que no me guste. Analice junto conmigo la profunda motivación de mi acto único,
escuche lo que tengo que decirle y después podrá interpretar.
Pero usted me mira con repulsión,
con ira, ya tomó una decisión, ya tiene opinión y eso no puede ser, usted tiene
que ser equilibrado hacer la investigación que el hecho proponga y a partir de
ahí recién ir tomando partido porque si usted solo analiza el hecho desprovisto
de motivaciones no puede considerar si hay lo que se llama “emoción fuerte y
descontrolada” o “premeditación y alevosía”.
En fin, parece que me encuentro con
quien no debería, me tocó que descubra lo que hice alguien que no merece
intervenir en el hecho que fue acaecido. Por ejemplo ¿usted se fijó en el arma
que utilicé para corromper la vida de esto que ya no la tiene? Le cuento que
anduve por varias cuchillerías eligiendo desde el mango, la hoja y hasta el
estuche donde va envainado el objeto. Me preocupé para que sea una hoja de buen
acero de forma que no se quiebre al traspasar el cuero, que tuviera canaleta
para que pase el aire al penetrar en el cuerpo, el mango, el mango debería ser
de hueso porque es más duro que los mangos comunes, es orgánico lo que le da un
valor distinto, más humano, a lo que estaba dispuesto a hacer. Recorrí
cuchillerías especializadas, casas de armas y hasta las ferias de artesanías
porque siempre uno encuentra esos fanáticos que templan afilan y dan formas
artísticas a los cuchillos que exponen. En las armerías me encontré con objetos
desconocidos para mí que podían cumplir eficazmente la misión que me había
impuesto, cuchillos de bosque, de selva, de ataque, de guerra, con brújula y
varios usos más hasta para cortar carne y comer con eso le digo todo. Varios
meses buscando el justiciero que me acompañe en el cometido hasta que elegí el
que me pareció más idóneo para el objeto de mi intervención en la vida que
había planeado suprimir.
A usted parece no importarle lo que
le estoy diciendo, le estoy contando lo más íntimo de lo íntimo, aquello que
bulle no solo en la mente sino también en mi corazón, me estoy desnudando
virtualmente ante usted tal como me desnudé realmente ante el objeto de mi
asesinato que insisto fue sin enojo, sin bronca, convencido que debía hacerlo.
Me mira con asco, seguro que porque
le confieso que lo que hice lo hice sin ropas. Le explico: las ropas me
impedían movimientos plásticos, me rozaban demasiado.
¿Hay algo más estético que el cuerpo
humano? Aunque uno sea deforme, le falte alguna parte del cuerpo, dientes,
brazos o piernas, aún hasta la nariz o sea tuerto, el cuerpo humano sigue con
su armonía porque se va reemplazando a sí mismo y generando una nueva belleza a
la belleza mutilada congénita o no. Y lo que tenía que hacer justificaba estar
en un todo de armonía y por eso despegué de mi cuerpo todo lo artificial que
representa la ropa quedando como único espurio el arma con que iba a acometer.
En todo ese tiempo, desde que me
propuse ultimarlo, decidir qué arma usar
y la elección exacta del momento para concretar el crimen, el objeto de mi
humillación se fue fortaleciendo entre la gente que lo rodeaba, fue haciéndose
más famoso y querido, lo aplaudían, lo amaban, lo premiaban, estaba cada vez
más lejos de mi afecto y más cerca de las ganas que tenía de apagarlo
destruirlo extinguirlo.
Necesitaba calmarme, lo que iba a
hacer se debía producir sin potenciar mi desagrado, debía ser como un cirujano
operando: con absoluto equilibrio y abstrayendo mi mente de todo intento de
pensamiento retrógrado, lo mío debía ser artístico y de una sola estocada.
Y así fue que maté ese libro…
Lo maté porque ese cuento, en ese
libro, lo debería haber escrito yo.
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